El dirigente número 12

Por O. Lee Chong...

I

Reconozco que había escuchado varias veces este tipo de cosas. Risas nerviosas, compañeros que se alejaban para contestar el celular, golpes en las espaldas, palmadas paternales en la cabeza. Situaciones que uno sabe que están aquí, que creció viéndolas… pero hasta cierto punto. Hasta un límite determinado y claro.

Ese día no contesté el celular de inmediato. Tenía la costumbre de no mirar la pequeña pantalla y ver quien me estaba llamando. Pero, por algún motivo, en ese momento miré, y por varios segundos dejé que sonara pensando de quién podía ser ese número desconocido.

  • Manuel González - dijo la voz al otro lado del teléfono. - ¿Cómo estás?
  • “Bien, pero, ¿con quién hablo?” - contesté un tanto cortante.
  • Hablamos ayer - me respondió. Si yo no fui amistoso, la persona que me hablaba derechamente era pedante.
  • “Ayer hablé con varias personas” - le dije, entrando completamente en el juego.
  • Manuel, lo que necesito es continuar una conversación que empezamos ayer.

Ahí me detuve a pensar, me molestaba la forma en que me hablaban, pero quería saber quién podía tener la autoridad para hacerlo y además establecer cosas pendientes entre nosotros. ¿Mi representante? Él suele ser más directo, siempre arrancando de los segundos, todo rápido, cientos de idiotas como yo en sus manos y esperando ¿Un amigo? No, ellos llaman a la casa, hablan con Marta, me ven en otros lados ¿Un dirigente? Nada, pueden venir a los entrenamientos.

“Manuel, ayer nos acercamos a hablar contigo, porque estamos preocupados, hue’on” - ¿Hue’on? ¿Preocupados? A ver, estoy terminando el entrenamiento, todos mis compañeros están acá. ¿Quién quiere hablar conmigo en ese tono? espero que sea un amigo.- “Ayer te lo dijimos un poco, no podíamos hablar con toda confianza porque estaban los otros chicos, porque después de los entrenamientos llega la prensa, por eso mismo no fuimos hoy día…” - …ahí puse la pelota contra el piso y dije - “Para un poco, no sé con quién estoy hablando, quién eres” - “…Manuel ¿te acuerdas con quién hablaste ayer después del entrenamiento?”

Corté. Llamaron otra vez.

Mientras sonaba mi celular todo fue más claro. Risas nerviosas, golpes en las espaldas, palmadas paternales en la cabeza. Y ahora, yo, alejándome de mis compañeros para contestar mi celular.

  • “¿Cómo conseguiste mi número?”
  • Da lo mismo, lo que quiero es que nos juntemos a conversar, ahora puedo ir al estadio.
  • “No. Yo no puedo, pero, respóndeme, ¿cómo conseguiste mi celular”?
  • A mí lo que me interesa es otra cosa, estamos llegando al estadio, ahora. Te vamos a esperar afuera de los camarines. Tú no quisiste juntarte con nosotros en el centro. Así que vamos a tener que ir.

“¡¿Tener que ir?!” Traté de calmarme, traté de establecer en mi cabeza la idea de una conversación amistosa con un grupo de hinchas, nada más. Un saludo en un momento difícil. …Yo sabía que estaba creando una gran mentira dentro de mí. Sabía lo que venía, estaba imaginado ya los golpes en la espalda, las palmadas paternales en la cabeza. ¿Por qué mierda ayer no había entendido bien la situación? claro, siempre hay gente al terminar el entrenamiento, siempre saludan, siempre quieren autógrafos. Pero ayer, especialmente, ese par siguiéndome, pasando por delante de los guardias como si nada, como si también jugaran, como si un hermano suyo estuviese en el camarín, ni siquiera pidieron permiso.

Si llegaba al auto y me subía, nadie iba a poder hacerme detener, menos abrir una puerta. Yo no quería hablar con ellos y punto.

- Manuel.

Mierda, justo antes de subirme aparecen estos vagos. ¿“Vamos a alguna parte o hablamos acá mismo”? - No entendía la pedantería, no comprendía la autoridad, no me entraba que ellos me pusieran opciones. Yo no los conocía, apenas sabía quiénes eran, pero estaban allí, delante mío, al lado de mi auto, exigiendo con eufemismos encerrarme en algún lado y decirme unas cuantas cosas.

El más alto iba vestido con nuestra ropa de entrenamiento, el otro, el que tenía más autoridad, llevaba una polera negra y jeans. Ambos tenían puestos lentes oscuros, iguales, muy negros, a pesar de que ese día no había sol. Cada cierto tiempo se interrumpían para contestar llamadas, algunas de las cuales justamente tenían que ver conmigo.

El más alto tenía el pelo largo, y lo llevaba recogido. El líder de ambos lo usaba corto, y su barba de unos cuantos días disimulaba una pequeña cicatriz en el mentón.

- “El problema, hue’on, es que ustedes no están metiendo todo lo que hay que meter. Ustedes tienen que entender donde están, porque no están en cualquier parte, y parece que no se dan cuenta. ¿Me entedís?... no se dan cuenta.

Nosotros te pagamos el sueldo ¿Quién creís que viene al estadio? ¿Quién creís vos que compra las entradas? Vos te debís a nosotros, hue’on, nosotros necesitamos más respeto… ¿Tú creí’s? dime una cosa, de verdad, ¿vos crei’s que nosotros somos hueones? ¿crei’s que andamos a la siga de ustedes como pendejos, como cabros culia’os chicos? no po hue’on. Métete en la cabeza que nosotros estamos aquí desde antes que vos, y que cuando vos te va’i nosotros vamos a seguir aquí, y que mientras vos esti’s aquí, si querí’s estar bien, teni’s que estar bien con nosotros…”

Un breve silencio en que aproveché de pensar si lo mejor era tratar de convertir el monólogo en conversación o salir lo más rápido posible del momento desagradable. Ellos se miraron, hicieron un gesto casi imperceptible y cada uno retomó su rol sin el más mínimo problema.

  • “¿No te gusta salir en la tele, hue’on? ¿No te gusta salir en las noticias? ¿No les gusta comerse a las minas ricas que se comen?” “¿Sabis desde cuando no te hemos visto meter como deberia’i? …ustedes creen que somos hueones… vos esta’i así desde que te empezaron a mirar de afuera, de México, de Argentina. Preocúpate de éste equipo, de éste club. Preocúpate de nosotros, porque somos nosotros los que te pagamos el sueldo, somos nosotros los que todos los domingos pagamos la entrada… Tenis que tener respeto, por nosotros, por el equipo, por todos los que te vestimos. Juega, conchetumadre, eso teni’s que hacer, jugar y no preocuparte de huevás. ¿Estamos?”


II

Mientras manejaba no sabía qué pensar. Lo primero que hice fue ir a comprarme un nuevo celular. Estaba avergonzado y preocupado. No quería tener miedo. En ese momento envidié la claridad con que hablaban esos tipos, daba lo mismo lo que dijeran, sabían tan perfectamente qué decir y como hacerlo que era admirable. Sentado en mi auto lo repasé mentalmente una vez más, frente a mí “El ronco” y el “Leo”. Dos de los cuatro líderes que tenía la barra brava de mi equipo, parados mirándome a la cara sin sonreír ni una vez durante todo el rato que estuvimos juntos. Uno de ellos hablando sin parar, el otro, contestaba el celular propio y el de su compañero, acercándose cada vez más a mí, parándose a mi lado, mirando por la puerta hacia fuera del camarín donde estábamos y volviendo a caminar alrededor mío.

Yo manejaba pensando. Las opciones eran claras: o asumía que toda esta basura era parte del trabajo que estaba haciendo, una pequeña fracción implícita, un poco camuflada, pero intensa, o un incidente inaceptable que no debía repetirse por nada del mundo.

Volví a concentrarme en el recuerdo fresco de algunos minutos atrás. Mientras “el Ronco” hablaba, el “Leo” hacía gestos con la cara, de aprobación, de lamento o de falsa inocencia.

  • ¿Sabi’s tú cuanto gana un hincha del equipo? ¿Sabi’s tú lo que hay que invertir pa’ venir a verte perder y correr poco? ¿O tú creis que las bengalas, los bombos, los viajes los regalan? ¿Ha’i pensado cual es la diferencia entre tu sueldo y el sueldo de un trabajador promedio? y te queja’i, y deci’s que trabaja’i harto. ¿Y nosotros? tenemos que andar poniendo plata del bolsillo pa’ los viajes, pa’ comprar todas las entradas, pa’ los lienzos, pa’ las banderas. ¿No les gustó acaso la bandera gigante? Eso cuesta, cuesta plata. Y a ti te pagan. Ustedes tienen que asumir lo que pasa, no hacerse los hueones, porque, claro, ahí en los autos caros que tienen, o encerrados en los vip de las discos con minas no se ve la vida, ahí no se nota como es la realidad.

En ese momento me acordé de mi esposa, la vi en la casa, sola, imaginándose mil cosas, quinientas reales y quinientas producto de su inseguridad.

  • …Si vos querís irte del club, ándate. Pero no jugi’s a medias, no jugi’s como estai jugando...” “…Mira, a ver. Tú soy piola, es verdad, pero nosotros dos tampoco somos como el resto, aquí no estai hablando con analfabetos ni gente hue’ona. Aquí estai hablando con personas con estudios, con gente titulada ¿sabí’s lo que es una universidad? no poh, no sabi’s, porque toda tu vida lo que hay hecho es correr encima del pasto, igual que una vaca. Ustedes dependen de nosotros, así que tienen la obligación de ayudarnos. Tienen dos obligaciones, mojar la camiseta, meter todo en la cancha y ayudarnos. Porque al final es un círculo, el hincha compra la entrada, los viste y les da de comer a ustedes, y si ustedes nos apoyan, al final esa misma plata va pa’ ustedes…” “…Nosotros no olvidamos, nunca nos olvidamos cuando nos hacen favores, siempre vamos a tratar bien a los jugadores que traten bien a la hinchada…” “…Pregúntales a tus amigos, pregúntale al resto del equipo. Pregúntale al Soto, al “tiza”, o al Gómez. Ellos saben como funciona esto, y saben como nos portamos con los que se portan bien con nosotros...”

Me acordé de las canciones y los aplausos. Me acordé que la mayoría de las veces, cuando hay poca gente en el estadio y el murmullo desaparece, lo único que se escucha es la barra, apoyando a los jugadores del equipo, cantando la misma idea siempre. Pensé en las banderas y los nombres que se repiten. Por último, me acordé del partido del domingo siguiente y de esa oferta que mi representante sigue discutiendo y que si fuera por mí habría aceptado hace tiempo, pero claro, con las comisiones la plata se hace poco conveniente.

-“…Aquí hay un solo hue’on contento con lo que está pasando, los mexicanos. Y algunos dicen que tú también, porque así como estay jugando baja tu precio, y si baja tu precio van a llegar más ofertas. Teni’s que empezar a meter de verdad, a jugártela toda hueon, a empezar a dar buenos pases y a meter goles. Porque si no esta hue’a se va a poner pelu’a, tu sabís que en la barra hay hueones flaites, hay hueones malos, choros choros, en la barra hay locos que volvieron niñita a otros hueones en la cana. Ten cuidado, es lo único que te puedo decir...” “…Tu sabís como es la gente, nosotros tocamos el bombo y todo el estadio nos sigue, cantan lo que nosotros cantemos. Aplauden a los que nosotros aplaudamos, y hacen mierda a los que nosotros nos queremos cagar...” “¿Estamos? A portarse bien con la barra, el próximo miércoles es el día de la cooperación, primero los llamamos y después venimos y nos juntamos con ustedes de a uno. Y a meter, a jugársela toda por la camiseta, es lo único que pedimos, y unos golcitos… ha, ha…”

Y ese golpe en la espalda, esa palmada paternal en la cabeza que me hizo sentir como un niño de cinco años frente a un tío que acababa de retarlo sin que estuvieran sus papás presentes. Yo, parado ahí, cual hermano menor, había escuchado todo lo que esos tipos me habían dicho, casi sin interrupciones e intentando por todos los medios no expresar nada en mi cara.

Creo que pude hacer que ellos no notaran lo pequeño que me sentía. Pero a la realidad no podía engañarla, era urgente hacer algo, no podía dejar que me manipularan de esa forma. Ya había sido un idiota completo parado ahí como si mi papá me estuviera retando, ya sentía que había echo el ridículo de mi vida dejando que ese par de huevones hablara sin parar con propiedad sobre mí. ¡¿Qué derecho tenían de venir a exigirme cosas?! ¡¿Con qué moral podían hablar cuando es uno el que le dedica todos los días de la vida a sacar esto adelante?! ¿Qué se creían ese par de flaites que no hacen más que vivir arrimados al club?

III

Detuve el auto afuera del edificio que buscaba, en recepción había un panel enorme con el logo corporativo de la empresa respectiva a cada piso, y al final, en lo más alto, las oficinas de la firma que las controlaba.

El presidente del directorio me había escuchado con tanta atención como había podido. Se quedó en silencio, me miró serio. Luego se paró. “Manuel, es muy complicado lo que me estás contando. No hay mucho que yo pueda hacer, más que pedirte que… - se acercó mirándome muy serio- …no perdamos perspectiva. Todos tenemos que remar para el mismo lado, no tiene sentido que nos peleemos entre nosotros. Lo que hay que hacer, es tratar de dejar a todas las partes contentas. De alguna manera ellos son parte de todo esto. Esa gente no controla al club, ni lo va a controlar. Quédate tranquilo. Al club lo controlamos nosotros, los dirigentes. Al club lo controlo yo que soy el presidente del directorio, al club y a todo lo que pasa en el. ¿Estamos? Lo único que puedo pedirte es… es que mojes la camiseta, que metas, y que te portes bien con la barra”. Me miró sonriendo, me dio un golpe en la espalda y unas cuantas y suaves palmadas paternales en la cabeza.

IV

Salí de ahí rápido. Solo quería volver a subirme a mi auto a pensar otra vez.

Nuevamente me llamaban por teléfono, era el mismo número de la mañana. Yo no iba a contestar, pero de un momento a otro dejó de sonar. Estaba ya sentado frente al volante, cuando un sonido raro me llamó la atención. Venía desde ahí mismo dentro del auto. Seguí el sonido y llegué al asiento de atrás, era mi celular nuevo, sin carga y en su caja cerrada. Sin haberle entregado el número a nadie me estaban llamando. La empresa, pensé, publicidad, servicios… no, está apagado, totalmente cerrado, en su caja, no entendía qué pasaba. Lo tomé, lo saqué de su paquete, lo miré, conocí el número de inmediato

  • ¿Aló?
  • Manuel, cómo estamos?. ¿Nos vemos el miércoles entonces? Día de la cooperación… Hay que portarse bien con la barra…


0 comentarios:

Publicar un comentario