¡¿Y qué hace una niña aquí?!



Por Patty...



Supongo que, para una chica de 10 años, las expectativas de diversión y ocupación de tiempo libre que uno podía esperar en los 90s era el Nintendo, las Barbies, jugar a las palmas o cualquier otra cosa artística con que se suele asociar a las niñas de esa edad.
Supongo que, también, es esperable que vean teleseries o dibujos animados, y que el sufrimiento tenga más que ver con si Juanito te miró, si Pepe te siguió molestando o si te van a dar permiso para ir a la casa de tus amigas pese a que te portaste mal y no te comiste la comida.
Sí, yo creo que eso se les debe haber pasado por la cabeza a muchos cuando se dieron cuenta que yo no era precisamente una chica convencional, cuando me veían despertar a las 9 de la mañana un día domingo para ver el infaltable clásico del Milan con el Inter. Porque la sorpresa debía ser mucha ¿no? Una niña, de 10 años, hablando del Calcio, de cómo Weah quitó la pelota, de cómo Baggio anotó los goles, de Maldini, ¡hasta Baresi! ¡¡¡Yo me acuerdo haber visto jugar a Franco Baresi!!!
No era raro pensar, entonces, que también hablara de fútbol. Y aunque jamás, jamás, fui popular entre los chicos, al menos tenía ese tema de conversa.
Mis mejores amigos entonces (y aún), eran los dos futboleros. Ambos del O’Higgins. Yo, por tradición familiar, siempre he sido de la Católica, pero cuando juegan entre ellos voy por el Capo de Provincia, de todas maneras.
Y sucedía que a ellos no les daba lata ir a mi casa, ni a mí a la de ellos. Hablábamos de monos, de fútbol, jugábamos y hasta bromeábamos con las Don Balón que sagradamente había comprado para ver a Baggio. Ok, ya sé que no es convencional, pero convengamos que tanto pantalón corto es un acercamiento a la apreciación del sexo masculino. Indirecta, pero lo era.
En una de ésas, el último año en que sabíamos que íbamos a estar juntos, uno de mis amigos estaba de cumpleaños. Y yo, aquel “niñito con faldas”, que toda la semana bromeaba con ellos, no halló mejor forma de, por primera vez, “hacerse la linda” con el parcito. ¿Que qué se me ocurrió? Pues, acudir a mi mamá (conocedora de la mitad de Rancagua en esos tiempos… ya conoce a tres cuartas partes de la ciudad) para que contactara a alguien que fuera del O’Higgins. Y precisamente, un amigo de ella era administrativo del club.
Día sábado, colándose en la micro, y el trío partía a un entrenamiento. El Marco lloraba casi, el Edgar apenas podía de la emoción, y yo, imaginándome la cara llena de risa de aquel memorable momento. Llevaron un banderín, yo llevé un cuaderno, y los tres pegaditos en Baquedano viendo al equipo entrenar. Era una más y eso siempre me gustó.
Todo bien: todos contentos, conseguí un autógrafo del entonces jugador Claudio Borghi, hasta que, claro, algo pasa que te devuelve a la realidad y te dice que: PUTA QUE ES RARO VER UNA NIÑA DE 10 AÑOS FUTBOLIZADA. Estábamos de lo mejor, cuando uno de los jugadores sale “en pelotas” a llamar a otro ¡”En pelotas”! Y ahí, horrorizado, me ve junto a mi par de amigos y dice: ¡¡¡“Cómo es que no avisan que hay una NIÑA aquí”!!! ¡¡¿QUÉ HACE UNA NIÑA AQUÍ?!!”
Ahí, por primera vez, mis amigos me vieron como a una chica. De las que se esperaría que jugara al Nintendo, las Barbies, a las palmas o cualquier otra cosa artística con que se suele asociar a las niñas de esa edad.
Y así, sin más… me sonrieron, con la misma sonrisa que, hasta hoy, ponen otros cada vez que se enteran de que me gusta el fútbol.

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